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Proyecto expositivo seleccionado / Convocatoria 2023

Museo Municipal Sor Josefa Díaz y Clusellas

Santa Fe

Oye apenas
Daniela Arnaudo

Curaduría: Ana Volonté

 

Texto cuartorial

por Ana Volonté

De las composiciones florales, las vanitas y los bodegones siempre me llamó la atención la capacidad de la pintura de presentar una escena ficticia con aires de lenguaje documental. En “ramo de flores” de Brueghel el viejo por ejemplo, se observa que, al mismo tiempo que la voluptuosidad del arreglo floral construye un imaginario sobre cómo las personas acomodaban sus flores en jarrones en el abultado tiempo doméstico del siglo XVII, lo que se presenta en el cuadro es una ficción imposible, ya por combinar especies que florecen en temporadas diferentes como iris, junquillos y lágrimas de la virgen, al lado de clavelinas, fritilarias e incluso unas verbenas rojas que nunca tendrían un tallo mayor a unos pocos centímetros rastreros, emparejados a la altura de liliums y tulipanes. El pintor construye la ficción de captar en el momento exacto a varios insectos que vienen a posarse en sus flores el tiempo suficiente para copiarlos a la perfección. Libélula, grillo, mariposa en ramas de romero, caléndulas, peonías, rosas, marimonias y como si fuera poco, ancla la llave de su ikebana con conchas, monedas y un dije suntuoso al descuido. Este tipo de composiciones incrustó en el imaginario colectivo la posibilidad de lo antinatural y por qué no, de lo monstruoso como canon visual. El ensamblaje de anomalías llevó a lxs floristas a inventarse técnicas específicas como alambrar tallos, gelificar pétalos, cuadricular el sostén estructural de los jarrones para no traicionar la imagen inconsciente que marca una vara altísima en la pretensión retinal sobre las flores. Trucos, técnicas, prácticas incansables, fantasía, misterios escenográficos se despliegan para tranquilizar la estima de lo que se sembró en la memoria como un arreglo floral satisfactorio.

Tuve muy presente estas construcciones hechas en miles de capas durante siglos, en el acompañamiento curatorial de Oye apenas.

Dani Arnaudo documentó con fotografía en 2014 una serie de -lo que elegimos leer como- composiciones pictóricas alojadas en las nicheras de los cementerios. Virgencitas, colores fantasía y preciosas paletas doradas de líquenes y abandono estetizan con la toma directa los enterramientos romanos clase media mas comunes de nuestra cultura. En esas capturas sobredimensionadas por la impresión y el montaje, la poética de la muerte cobra un velo alternativo en lo sensorial.

Fijémonos en la Euphorbia pulcherrima o flor de navidad, una especie asociada a las fiestas de noche buena, acá construida manualmente con goma eva de color azul, unos pistilos plateados y pétalos agrisados por el polvo que rematan una composición sobre frasco cuyo contenido son los tallos de alambre y el vacío. Todo pronunciado a la izquierda provocando una decoración tipo membrete en la superficie del nicho carente de nombre, de fecha y epitafio. 

***

Mas allá, helecho plumoso, clavelinas, gypsophila en un vaso de vidrio azul que deja entrever un paquetito en su interior y que nada de intencional lo vincula al gestual marco del revoque hecho a las apuradas para sellar la salida de los vapores, el perturbador imaginario de la descomposición se contiene en los líquenes y las flores secas. Numeración en pintura asfáltica, marcas de salitre en los floreros, telas de araña y de pronto… un jarrón de acrílico ha sido instalado con todos los recaudos para las vicisitudes del clima. Llenado recientemente de arena para sostener pase lo que pase, un ramillete perfectamente acomodado de margaritas, rosas aterciopeladas y yuyos de tela y plástico. Esta última Imagen despliega grandes destrezas dotadas por la observación del paso del tiempo y sus posibilidades, una serie de fenómenos conocidos como el viento, la horadación del sol y la lluvia podrían atentar contra la intención de sostener en el tiempo la ofrenda floral.

Las artimañas de las manualidades provocan una fantasía perdurable, se han adaptado para hacer frente a la incertidumbre del tiempo.

Sin embargo, dimensionar la eternidad es tarea imposible. El tiempo es inmenso en nuestra diminuta escala de existencia donde morir pareciera comerse una porción de nuestra vida en un sinfín de preguntas sobre el misterio transicional de las identidades detenidas en la memoria. 

Desafiando ese misterio es que Daniela pone el cuerpo propio, capitaliza la especialización heredada de su familia en rituales fúnebres para ensayar otros discursos sobre morir, otro modo de entender la muerte de quienes amamos, la muerte propia en la muerte ajena, el fin. No sin dolor, reúne su trayectoria multidisciplinar que en el conjunto de las artes escénicas, la danza y las artes visuales capitaliza sus habilidades y se dispone a atravesar con el cuerpo diferentes modos de morir estando mas viva que nunca. 

A partir de una pieza sin uso que quedó entre los objetos de la empresa familiar, enlista los textiles domésticos que podrían ampliar su función convirtiéndose en distintos tipos de mortajas, no ya para envolver lo ajeno que ha muerto sino para activarlas como un portal que permita experimentar las múltiples posibilidades de la muerte. Un voile de cortina sobre el cuerpo, linkea con las imágenes fantasmales de Loie Fuller y deviene en vals. Es decir, cuando Daniela se mete abajo del voile se manifiesta el vals en su cuerpo. Baila una y otra vez moviendo los brazos como pétalos gigantes y desplaza el cuerpo en coreografías zigzagueantes hasta entender que lo que está buscando es un último baile con alguien que podría aparecer debajo de la tela. El voile funciona como esa yuxtaposición de la teoría de conjuntos que permite que viva y muerto se encuentren a medio camino y bailen una vez mas.

A Daniela le cuesta no bordar, no terminar completamente la mortaja memorial para sí misma, no armar una ronda de chicas que cubran de hitos completamente el mantel, respira profundamente y siente la asfixia del tiempo que corre debajo de una frazada que le hace picar, hace espacio para especializarse en emociones físicas que podrían traer pistas sobre cómo dejarse afectar por la oscuridad, la pérdida, la ganancia, el potencial. Administra el caudal de imágenes simbólicas que brotan de cada posibilidad que descubre como deriva; sin embargo se expone completamente en la consigna de lo incompleto como un acto generoso de apertura y suspensión, pone su cuerpo a funcionar como condición de posibilidad para amplificar lo que ella dice, se Oye apenas.

En la sala se señalan nicheras como pinturas, chucherías como arreglos florales, textiles como mortajas. Se muestra otra cara de lo doméstico, la calma de lo mortuorio, la posibilidad de construir otros referentes, otros cánones, otras impresiones. Por eso Oye apenas no es una muestra de resultados finales sino un espacio de experimentación donde poner en duda la percepción del tiempo, entender la necesidad transformadora del dolor, desempolvar la belleza de nuestras prácticas devocionales, actualizarlas.

Ana Volonté

curadora

Abril de 2023

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