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Púrpura Galería - Santa Fe

Alegoría de la existencia
Candelaria Gómez Crespo

Curaduría: César Nuñez

Texto: Daniela Arnaudo

 

 

Ojos raros

por Daniela Arnaudo

“Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo” escribe Susan Sontag. Y en esta acumulación de documentos que evitamos a toda costa desechar, aunque personas desconocidas aparezcan en las escenas, el brillo de otra época devela un gran tesoro para quienes gustamos de las cosas viejas. Hace algunos años Candelaria se convirtió en protectora de la colección de fotografías que su abuela apiló durante varias estaciones, en una cajita de lata oxidada que por momentos era abierta para evocar relatos, narrados en voz alta a la escucha de una nieta embelesada. Reales o inventados, no importa, se desplegaban sobre el living mientras las persianas estaban abiertas y el viento traía el sonido de una tarde de verano. Luego de la pandemia, la artista se convierte en traductora de sus memorias familiares. Crea su propio tesoro en un álbum quinceañero de letras doradas rescatando y seleccionando aquellas imágenes que merecen un pasaje al fascinante mecanismo del grafito presionado contra el papel. El acto implica una concentración tal que la mente se detiene y se enfoca en ese mínimo gesto del ida y vuelta con el original, ese gesto que da sentido a toda su existencia.

 

Ahora se enciende la luz de la sala.

 

Las ausencias giran y giran murmurando frases incomprensibles para luego desvanecerse. Adultos borrachos de sueños y amor detienen un instante sus rutinas para posar, conteniendo a les niñes que esperan el momento clave para salir corriendo… El roce de los cuerpos vislumbra el hilo familiar que los conecta, aunque no siempre sea señal de intimidad. Mientras tanto un grupo de obreros se enfrenta a la cuarta pared, entre ellos está el bisabuelo inmigrante con manos de piedra que, como puede, construye su vida en el exilio. Una carga de dolor y resentimiento oscurece el plano.

 

Candelaria se entrega a la práctica del dibujo. Con el “ritmo de los astros y el silencio”, como dice Ramón Ayala, resiste y se deja llevar en un estado constante de conversación con los demonios internos de la nostalgia. Y sobre una serie de espacios retrata sin supersticiones a estas personas de pieles incoloras y tenues marcas, que ocultan historias mientras sus ojos raros, cargados de intensidad, nos enfocan para interpelar la tristeza. Esa de “la muerte lenta de las simples cosas, esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón” como cantaba Chavela.

 

Así es como me detengo unos instantes frente a esta serie de alegorías acromáticas, y en un suspiro aparece el deseo por saber cuáles son esas cicatrices que ocultan sobre sus espaldas.

 

Daniela Arnaudo

Septiembre de 2022
 

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