top of page

Texto basado en la obra Cuartito Azul realizada durante Residencia para artistas Sastre 2012 del Museo Castagnino+Macro.

​Publicado en ANUARIO 2013: Registros de acciones artísticas, Rosario: Yo soy Gilda, 2014.

Intuiciones de Sastre

Por Verónica Gómez

Todo  lo que sé de Sastre lo aprendí en el ciberespacio. Y en esa especie de humus escurridizo que genera el rumor. Nunca estuve -físicamente- ahí. Como tampoco conocí personalmente a María Celeste Venica y Daniela Arnaudo, huéspedes de la casa de la familia Amero durante 15 días, en un ya lejano mes de octubre de 2012. 

​I. NOTICIAS DE SASTRE

Hace dos meses Eugenia Calvo vino a visitarme a Buenos Aires. Traía noticias de Sastre. Hasta el momento la palabra sastre evocaba en mí, además del apellido de un personaje ilustre, una profesión ligada a cuentos infantiles o a una realeza remota.  Eugenia me habló de un viejo cuarto de trastos- típico reservorio de bártulos, sitios ineludibles en las casas de nuestros abuelos - convertido en  “cuartito azul”; de polvo acumulado durante décadas sobre objetos herrumbrados, suspendidos en el acontecer de tareas a medio terminar, abandonadas en la premura de partir con rumbo desconocido; de un museo parecido a una casa y de una casa parecida a un museo; de dos artistas recorriendo el territorio del mausoleo doméstico al tiempo que se sumergían en el andar pueblerino, mimetizándose con  el trajinar de los lugareños; de una procesión de vecinos concurriendo a un museo llevando entre sus manos, temblorosas de emoción, aquel objeto- emblema guardado en el seno de la familia y que sería ahora temporalmente parte de un corpus distinto, un continente colectivo. 

Me formé una imagen dispersa, inconclusa. Pensé entonces que así se dispersan las gotitas de mercurio cuando estalla el termómetro contra el piso. Todas brillan en su densidad, pero es difícil juntarlas, aunarlas en una laguna compacta cuyos bordes puedan ser recorridos con una mirada continua. 

 

II. BUSCANDO SASTRE

Investigué un poco. Me enteré de otras cosas. Supe que Sastre y Ortiz es un municipio del departamento San Martín, en el centro oeste de la provincia de Santa Fe. Que dista de la capital de la provincia 139 km. Que San Jorge al sur, al norte María Juana y al este San Martín de las Escobas la rodean como una legión de escuderos sacros (dudo que sean localidades). Leí también que Sastre y Ortíz fue fundada en 1886 y poblada por inmigrantes italianos. Y que en 1986 una ley la convirtió en ciudad. Que fue en homenaje a Marcos Sastre, escritor, como el pueblo se nombró a sí mismo.  Hay poca gente en Sastre: apenas superan los 5000. “Carrozas mecanizadas, inigualables en su tiempo y reconocidas en toda la provincia”, dice  el sitio oficial de Sastre y Ortiz para referirse a la Penambí Berá, grandiosa comparsa que representa a Sastre en el Carnaval.

Hasta aquí, logro trazar un breve mapa de datos, pero siento que la verdadera fisonomía de Sastre se me escapa.

Una noticia fresca me llama entonces la atención: entre 30 postulantes la sastrense Ana Minetti gana el concurso fotográfico “Imágenes de Navidad”. La obra se llama “Esperando al niño”. En la foto se ve una mujer de embarazo avanzado con una Natividad pintada encima. Sus tetas enormes ofician como grandilocuentes soportes  para las cabezas de José y María respectivamente. Y el niño Jesús se acomoda en la curva inferior de la panza. La estrella de Belén corona la escena muy oronda en el centro de las clavículas. Oriundos de Sastre la felicitan.

Acto seguido leo que un niño fue atropellado y muerto por un camión. Mucha gente lo llora. Siento pena por ese niño aunque no lo conozco. A la empatía la tienen sin cuidado los kilómetros y las épocas. Leo que dos jóvenes sastrenses llegan a la final del Concurso Bon o Bon con un diseño de su invención. En la página piden votos.

Reparo en una foto donde se ve un castillo con dos torres coronadas por una perfecta greca blanca. Debe tratarse de una plaza. No sé cuál. Pero en Sastre hay un castillo y mi imaginación se agita.

 

III. UN BAÚL AZUL DE RECUERDOS AJENOS

Las cosas en la casa de la familia Amero están tal cual las ha dejado su última dueña. El descubrimiento de un cuarto de trastos en el fondo de un patio pone en marcha el ímpetu detectivesco de las artistas residentes. Hurgan estanterías, recovecos y zonas insospechadas tamizadas por sucesivas capas de telaraña.

Las chicas desparraman en el patio el botín: tarros, herramientas, un antiguo molinete de café, botellas ignotas. Los observan. Los limpian. Los acomodan.

Como si fuera un tesoro cada objeto fue desempolvado, descubriendo entre ellos nombres, formas y diseños que nos remontaron a otras épocas, escribe Daniela. 

Aquellos seres caídos en la peor desgracia, el olvido, recobran su prestancia, su dignidad y su singularidad, bajo una mirada profundamente infantil: aquella que es capaz convertir un rincón en un mundo en ebullición, un objeto cualquiera en un personaje de fábula. El tiempo se enrarece. Y en ese universo paralelo, poroso, la cotidianeidad es un dato que se sondea con varita mágica.

Nuestra intención era reubicar los objetos respetando sus lugares de origen, pero en algunos casos esto era imposible, entonces resolvimos crear situaciones y poner en diálogo varios de los elementos. Guiadas por una actitud de juego, fuimos acomodando cada objeto en los diferentes espacios del cuartito, agrega Daniela.

Busco la definición de restaurar y encuentro que el verbo proviene de un vocablo latino y que significa reparar, recuperar, recobrar, volver a poner algo en el estado primitivo. Pero cada una de esas definiciones, a la hora de congeniarlas con las acciones de las chicas y, ampliándolas al campo del arte, resultan insuficientes, contradictorias. Debe haber otra clase de restauración, que no obedezca a la condición física de los objetos. Pienso que ellas deciden partir una imposibilidad, un supuesto que está en las antípodas de la misión de un restaurador y que es: no se puede volver los objetos a su estado y lugar de origen. Digo deciden, porque se puede disimular el paso del tiempo y sus avatares, hay técnicas específicas, por demás sofisticadas, para ello, pero no es esa la tarea del artista. La tarea del artista es una restauración de otra índole. Lo que las chicas restauran momentáneamente es el uso de los objetos. Y no cualquier uso, sino la función emotiva y estética de los objetos. Los vuelven a la vida. Entonces- y me hago cargo de la licencia mística- tal vez la palabra adecuada no sea restauración, sino resurrección.

 

Luego de revolver todo, sopesarlo, redescubrirlo incluso (aún siendo la primera vez que veían esos objetos), María Celeste y Daniela,  deciden darles un status: el de objeto exhibido. Con la pared pintada imitando el mismo diseño color azul que una de las paredes del vecino museo histórico, las cosas exhibidas cobran relevancia contemplativa.

Rebautizan el cuarto de trastos y eligen un nombre ligado al tango, a sonidos del pasado: “Cuartito azul”.  El azul, otra vez, reincidente. El azul es también el color de la realeza.

Para dar un cierre, y con ganas de que la gente del pueblo viera nuestro cuartito, realizamos una inauguración. Abrimos el garaje de la casa. Llegaron vecinos, parientes de los dueños de la casa y otras personas curiosas.  Una mujer, sobrina de la abuela que vivió en la casa, nos contó una anécdota en relación a la mesita del cuartito: “una vez mi papá me mandó a dormir sin cena, porque me porté mal, y vino mi tía y me sentó en esa mesita y me dio de comer”… su expresión mientras nos relataba un fragmento de su infancia  era de alegría mezclada con nostalgia lo cual resignificó un trozo de madera con cuatro patas.

(Daniela)

El pueblo acude a la cita.

 

IV. CORNISA E HISTORIA

A dos cuadras de la casa, el Museo Histórico Municipal “Dr. Rodolfo Doval Fermi” no tarda en convertirse en uno de los protagonistas de una historia que las chicas ya han empezado a tejer sin un plan previo. Organizan una convocatoria y los vecinos acuden al museo con un objeto que representa a su familia.  El umbral del museo se desvanece y sus salas se deslizan como toboganes hacia las casas particulares. El barrio invade el museo. Así, la historia oficial no es otra cosa que un compendio de anécdotas privadas - historias haciendo equilibrio en una cornisa que linda con el olvido o la indiferencia, una línea que separa luz y sombra- y que han tenido la fortuna de quedar del lado luminoso. María Celeste y Daniela juegan en la cornisa. Corren la línea. Ensanchan la zona luminosa.

V. UN MAPA DE OLORES

27 de noviembre de 2013. Cerca de la medianoche. Recibo un correo de María Celeste. Le he preguntado qué pasó en Sastre:

En Sastre pasaron bicicletas, saludos espontáneos con desconocidos transformados en conocidos al verlos a diario, de vereda en vereda. Un intenso aroma y sabor emanado por un jugo de naranja, recién cortadas del árbol, todas las mañanas. Pasaron lecturas, opiniones, charlas, dibujos de ideas en conversaciones interrumpidas sólo por un ruido de panza que anunciaba que había que ir a buscar el alimento cocido de cada día. Un verde paisaje con intención de crecimiento constante y olor a monocultivo que provocaba extrañamiento para una mirada de tierras petroleras. El placer de descubrir a una otra, cercana de convivencia no planificada, pero muy apreciada a los pocos días.

Pasaron interminables hallazgos de objetos y rincones con historias de un espacio quedado en el tiempo, con olor y ruido a muebles viejos. Construcciones de historias de una plaza que ve jugar a sus niños, besarse a sus adolescentes, proyectar futuros y,  de a momentos,  ve mortificar a sus jóvenes adultos en una realidad de pueblo.

Pasó un gran sentido del orden y la cordialidad, de apariencias y de solidaridad con dos extrañas visitantes que parecían traer nuevos aires (lo cual no quiere decir que así fuera, pero así las hacían sentir). Pasó la sensación de buscar un tiempo perdido, -motivada por la estética de una casa museo del SXIX- búsqueda casi planeada en una novela, como su origen francés.  Un tiempo que no era el propio, ni el personal, ni el del lugar; pero allí estaba, a entera disposición para echarle mano. 

Una profunda sensación grabada... la de modelar situaciones, bucear en encuentros y relaciones, conectarse con el ahora y el ahí. Eso que en el propio cotidiano casi deja de percibirse.

Eso que pasa sólo porque está de paso.

Hay varias teorías que intentan explicar por qué las palomas mensajeras, aún a miles y miles de kilómetros de distancia, siempre encuentran el camino de vuelta a su palomar de origen. Ese lugar tiene un nombre que es muy lindo: sitio de aquerenciamiento. Como dije, hay varias teorías, pero la que más me gusta es la que afirma que las palomas mensajeras, para regresar a la casa de su infancia, construyen un mapa de olores.

VI. UN GRAN FLAN CASERO

¿Qué pasó en Sastre?

La misma pregunta le había hecho a Daniela:

Magia.

Una bella y productiva coincidencia de tres personas que se potenciaron para crear, acompañarse y recorrer el pueblo, juntos. La una a la otra, el uno a las otras, y todos desde el diálogo, desde el compartir las horas de esos 15 días de convivencia en Sastre.

El pueblo. Lo recorrimos en bicicleta, nos incorporamos a la cotidianeidad de la gente del lugar. Primero nos observaban como extranjeras (que lo éramos) pero luego nos fueron, y los fuimos conociendo por medio de la radio, de actividades en el Museo Histórico, en el Liceo Municipal y en la Escuela Secundaria.

Algo “de conocido” para mí se presentaba día a día, del ritmo del lugar, de las actividades de los habitantes; y digo conocido porque nací y pasé mi infancia y mi adolescencia en una ciudad pequeña del interior de la provincia de Santa Fe. Lo gringo, lo inmigrante, presentes como ráfagas de historias y recuerdos en todos los objetos que cobraron vida a través del relato de sus dueños, en un Museo, en un cuartito “azul”.

La casa. Vivir en un espacio “detenido en el tiempo”, con tesoros por todos los rincones, listos para ser descubiertos, desempolvados, resignificados desde la historia personal de cada una de nosotras.

Aroma de la abuela que vuelve a llenar nuestros pulmones.

Un cementerio abierto. Me dejó jugar entre pasillos como cuando era niña. Recuperar esas sensaciones de infancia a los 32 años.

Para terminar diría que lo que pasó en Sastre fue un gran “Flan Casero” acaramelado, simple, dulce y rico, que no se olvidará jamás.

VII. LA POSIBILIDAD DE UN RETRATO DE SASTRE

Siento que así sí, a los titubeos, empiezo a dar con la expresión de Sastre. Son trazos tímidos en un dibujo que tendrá, indefectiblemente, lagunas blancas. Pero para todo dibujante, el blanco es una zona activa que a menudo sirve para realzar los trazos ya definidos en el papel.

Entiendo entonces que lo más importante que María Celeste y Daniela nos dieron es un retrato de Sastre, la morfología amorosa de un lugar. Una singularidad con un tono preciso. Un matiz que no figura en los mapas.

Nosotras terminamos nuestra residencia, pero el cuartito sigue ahí, y otra vez el ciclo de la vida lo está cubriendo de a poco, con el polvo que nosotros sacamos (Daniela)

Me pregunto ahora, un año y medio después de la residencia, qué cara tendrá Sastre, en qué medida el polvo y el trajín habrán insinuado nuevas morfologías. Y si habrá otros retratistas deambulando por sus calles, a la hora de la siesta, atravesando umbrales invisibles hechos de olor a naranja y cosas viejas. 

bottom of page