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Texto escrito para la publicación de Trillo Sustentable  sobre mi experiencia en la Residencia para artistas La pinguela, Noviembre de 2014

Abrí los ojos. Profusa tierra roja. Vegetación exuberante: Misiones.

Todo lo que se dice de ese lugar es verdad?

“… porque estas tierras muy calientes y húmedas causan graves relajaciones en los miembros, por la grave apersión de los poros, y vemos que de ordinario (entiéndase usual) se suda con exceso, y no es remedio el vino, ni cosas cálidas para reprimirlo, y la yerba sí, tomada en tiempo de calor con agua fría, como la usan los Indios, y en tiempo frío o templado con agua caliente templada, y los que la usan con agua muy caliente seca las partes terreas y astringentes, y comprime las vías, causando obstrucciones, y ventosedades molestosisimas; de suerte que dan ansiedades al corazón, falta de sueño y desabrimiento á los miembros principales, causando movimientos de lujuria, y cólera y melancolía: y todo ellos proviene de estar tapadas las vías, comprimidas de lo astringente de la yerba: yo lo he visto y curado en hombres muy dados a ella con exceso, y muy caliente en todo tiempo.- Llaman en esta Provincia mal de ansias, y muchos lo padecen por esta causa, como se ve por los autores antiguos como modernos (…)”[1]

Justo leí este texto del Hermano Pedro Montenegro[2], cuando acababa de quemarme con el mate una madrugada en la terminal de Iguazú…

Trasbordo en Posadas. Y dos horas después, con un cantar de “chipa”, comencé a penetrar en la atmósfera misionera. Terminal de ómnibus de Oberá. Taxi. Avenidas que subían y bajaban. La casa y Vale en la puerta, nos esperaban con una sonrisa y empanadas. Entramos en La Pinguela, Fede y yo fuimos los últimos en llegar. En la cocina encontramos personas hasta ese momento desconocidas: Santiago, Joan, Josi, Héctor, y una costumbre para mí diferente, saludar con dos besos en cada mejilla. No me tengo que olvidar. Mi habitación, pequeña, bellamente acomodada para recibirme, dos fotitos y un dibujo en la pared. La casa, paredes de colores, patio grande con un enorme gomero, hamaca paraguaya, un limonero y un “naranlemon” (así apodamos al árbol que dio un fruto raro, combinado, que al probarlo no supimos que era).

La Pinguela me dio la posibilidad de descubrir, desde la cotidianeidad del residir, una provincia y una ciudad nueva para mí. Adentrarme en sus costumbres, comidas, su bella entonación, su afinidad con Paraguay. ¡¡¡Hay AMENAZO!!! (va a llover). Chipá, chipazoo, reviro, juitajuiiira, tarecos, totoras, Tareferos (reverencia), mango, mamón, cerveza, sopa paraguaya, pastel de choclo, mbeyú, calor, humedad, mate, mosquitos. Saltanello ¡a bailar!, a los Saltos, Cataraaatas, hojas gigantes, muchas hojas, plantas que en mi pueblo son chicas ahí son enOrmes, todo a lo grande. Y las lomadas que, para una litoraleña, costó, costó, costó subirlas y bajarlas.

 

El Cementerio desde la intimidad de un acto

Mi propuesta inicial para la residencia era dar continuidad a la serie: El recuerdo de los que quedan. En ella, a través del bordado a mano sobre pvc cristal, replico casi documentalmente, composiciones encontradas en ofrendas florales, una especie de naturalezas muertas, que los familiares elaboran y conceden a sus difuntos en enterramientos mortuorios. Especialmente me llaman la atención las que abarrotan los nichos con estridentes colores y texturas.

Al estar allá, recorrer el cementerio con Vale, observar, fotografiar el lugar y conocer las tradiciones, los intereses fueron cambiando. Parcelas, fragmentos, sectores, sectas. Hasta después de la muerte las hay. En Oberá, un cementerio alemán, otro polaco, zueco y el municipal o frecuentemente llamado “el común”, ¿para personas “comunes”?

Todas las lápidas que no tienen identificación están pintadas de verde, paradojal en esa tierra.

Lo que pensaba encontrar no estaba ahí, pero por esas cosas maravillosas que tienen los viajes y las residencias artísticas, me topé frente a otra costumbre que no había visto en mi entorno: LOS PAÑOS, tiras blancas con puntillas también blancas e inscripciones y dibujos lineales negros en sus extremos que dicen PAPÁ, MAMÁ, HERMANO, HERMANA…, enredadas de una forma muy particular en las cruces que señalan las tumbas en tierra. Decidí entonces dejar a un lado el proyecto inicial y continuar con otra de mis series llamada Coronaciones, conformada por un conjunto de videos performance y fotografías. En ella me apropio de dos actos realizados principalmente por mujeres, que se repiten una y otra vez en los cementerios, limpiar y ofrendar. Los replico desde la performance, según Richard Schechner, desde una conducta restaurada. El proceso de esta obra comienza con la creación de las ofrendas, objetos textiles únicos que diseño y elaboro a mano para luego dejarlos en nichos o tumbas elegidas por estar abandonadas, o despojadas de elementos suntuosos. Es así como día tras día, elaboré dos tipos de ofrendas, una desde la tradición local y la otra en relación a mi contexto socio cultural. La primera se basó en 11 paños hechos con telas estampadas de flores, suaves tonos. En sus extremos coloqué puntillas de colores saturados y diseños bordados con mostacillones: flores, maíz, aves, geometrías. Sumé una palabra en el centro cada paño: PAZ, ESPERA, DESCANSO, y sus homónimos en guaraní: PY`AGUAPY, JEROVIA, PYTU`U. Mi papá desde Asunción me consiguió las traducciones, en Oberá ya casi nadie habla guaraní. Paralelamente, en la otra ofrenda textil repliqué la imagen de un arreglo floral perteneciente a un nicho de Santa Fe, un cruce de pueblos en el gesto del bordado. Hacia el final de la residencia, con todas las ofrendas y un vestidito que vale generosamente me regaló, heredado de su abuela, me encaminé hacia el cementerio, escoltada por los chicos. En esa mañana, con solo sus miradas como espectadoras, realicé los videos performance dejando así parte de mi producción en un rinconcito de misiones.

La rutina del quehacer, y las charlas propiciadas por el tiempo, la música preferida de cada uno sonando en el taller. Las ideas entrecruzadas. Una red de telarañas de Fede que se movía con el sonido, un tejido de atrapasueños que Tiago generosamente nos regaló y que fueron parte de una de sus performances, una trama en la historia de Joan y su abuela, que une dos continentes, dos pueblos, dos generaciones. Un entrelazado de relaciones que comenzó en La Pinguela, con Edith, sus dibujos y su arcilla, con Vale y Héctor, con Josi, con Victoria y Suyai, con la Facultad de Arte, con su Museo.

Un mes, una experiencia maravillosa que me permitió enriquecer mi trabajo y mi persona, producir en un hermoso contexto, trazar unos dibujos sobre papel molde, fotografiarme en ese paisaje asombroso, descubrir otras tradiciones. Nada concluye. Al contrario, se inicia otro Punto.

Daniela Arnaudo

Junio de 2016

 

[1] Hermano Pedro de Montenegro. Materia Médica Misionera. Virtudes del Árbol de la Yerba. En Misiones Mágica y Trágica. Antología. Ediciones del Yasi. 2010. Pág 29.

[2] El Hermano Pedro de Montenegro llega a América en 1625. Escribió su célebre obra “Materia Médica Misionera” luego de 25 años de residencia en varios pueblos jesuíticos de Brasil y Paraguay. El meticuloso tratado, describe cientos de plantas americanas con sus propiedades curativas, plantea un completo panorama de la medicina a comienzos del siglo XVIII.

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